*Es un artículo del Escritor Jorge Ibargüengoitia (1938-1983); lo publicó el 6 de julio de 1976
Por Raúl Torres Salmerón
El Escritor Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato, México, 1938-1983), escribió varios libros, entre ellos Instrucciones para Vivir en México, donde se recopilan sus escritos en el diario Excélsior de 1969 a 1976.
Cargado de ironía y una mirada única, Jorge Ibargüengoitia exhibe en esta colección de textos la inexplicable lógica detrás de la vida en este país: los ridículos rituales de la burocracia; lo extraordinariamente inútil que resulta la tecnología nacional; el interminable examen de conciencia que un ciudadano común tiene que hacerse antes de decidir por quién votar y las peculiares maneras de los mexicanos para dar malas noticias o presentar a dos extraños.
En México el absurdo se revela como cosa de todos los días. El libro es una espléndida muestra de la capacidad crítica y humorística de un autor imprescindible para la literatura hispanoamericana.
Incluso, solamente cambiando nombres de partidos, digamos PRI por Morena y de aspirantes o precandidatos por corcholatas, Revolución por 4T, cualquier parecido con la realidad de México no es coincidencia, es la realidad. Aquí, un ejemplo, un vivo retrato del México de hoy el día de las elecciones. Pareciera haber sido escrito en este año 2024.
El artículo corresponde al Capítulo III denominado La Familiona Revolucionaria, con el título Ayer y Hoy. Años de Privaciones. Este material explora el aspecto irónico de vivir en un país como México y fue publicado en el diario Excélsior el 5 de julio de 1976:
Los días de elecciones, como los aniversarios y los fines de año, son propicios para los cortes de caja y exámenes de conciencia.
Voy de adentro hacia afuera. ¿En dónde estaba yo hace seis años? y me contesto: En este mismo escritorio, frente a una máquina de escribir más vieja. Nótese que la máquina de escribir nueva es símbolo del progreso económico. Hago esta reflexión: Este sexenio de sustos internacionales, de depresión económica y de inflación constante, ha traído a mi hogar bienestar sin precedentes. (Todo esto, debo advertir, sin necesidad de hacer antesalas ni de que alguien me haga el favor de darme un nombramiento.)
Miro a mi alrededor: Mis amigos artistas están en una situación semejante. Todo parece indicar que la gente de cierto nivel intelectual, dedicada a oficios que podríamos llamar creativos, goza en la actualidad de mayor independencia y vive mejor, no que hace seis años, sino que en cualquier otro momento en la historia de México. Quiero subrayar que no me refiero a los que tienen puestos en el Gobierno o a los que reciben regalitos, sino a los que viven de su trabajo. En esto precisamente consiste la mejoría: En tener otras alternativas que las de ser Secretario de Educación Pública, Embajador en Indonesia o pasar hambres en una vecindad de Correo Mayor.
¿Será el bienestar material de que gozamos los intelectuales y los artistas consecuencia de la situación política? ¿Será fruto de la apertura?
Respuesta: Sí y no. Sí: Si el Gobierno cerrara las librerías como cerró las armerías se acabaría mi bienestar. No: El bienestar material es producto de un proceso callado, casi imperceptible —la mayoría de los observadores ven lo contrario— y mal estudiado, pero yo creo que fatal: La sociedad mexicana está mejorando, se está cultivando y habita un mundo más abierto que el ocupado por las generaciones anteriores. Esto produce una mayor curiosidad y una avidez de saber lo que hacen o dicen otros. De ahí que nosotros, nuestros editores, los pintores y los dueños de las galerías, etc., nos podamos mantener.
Conviene admitir que el bienestar es sólo notable cuando se le compara con lo pobres que fuimos antes, que el progreso es lento y que queda mucho camino que recorrer de aquí a que la sociedad mexicana sea realmente culta. Pero esto hace también lo que los comerciantes llaman un mercado noble, es decir, lleno de futuros.
¿Qué es lo que piensa la gente del sistema político en que vivimos?
Lo mismo que pensaba hace seis o hace 46 años: Que el poder corrompe y que el que se mete en la política acaba corrompido. Nomás que aunque el concepto sea el mismo, la actitud ha cambiado notablemente.
Antes, el Gobierno era un núcleo cerrado y reducido —los burócratas eran parte del pueblo—, los políticos eran como marcianos, que se estaban enriqueciendo y la gente los veía con reproche. No se sabe cómo hubiera respondido la gente si la hubieran llamado —quizá hubiera ido corriendo—, pero llamaron a muy pocos.
Ahora, en cambio, el Gobierno y sus derivados lo abarcan casi todo. Los que no estamos en el ajo somos islas. De repente vemos a nuestro alrededor gente que considerábamos común y corriente, que empieza a gesticular, a impostar la voz y a decir cosas rarísimas —v. gr.: Que tenemos una responsabilidad con nuestros hermanos del Tercer Mundo, etcétera—. Es que ya les cayó el rayo de luz y entraron a formar parte de la maquinaria oficial.
Nunca como ahora vi tanta gente creer que el PRI se pueda reformar desde adentro.
¿Cómo han sido estos seis años y cómo serán los siguientes? Los que pasaron estuvieron llenos de contradicciones. Se hizo consciente al público de muchos problemas gravísimos que, con el paso del tiempo y como por olvido, quedaron sin resolver. Se habló mucho de independencia y la deuda exterior aumentó de manera espectacular. Se regañó a los industriales por voraces y se les permitió aumentar los precios, en vista de lo cual, me atrevo a decir, los próximos seis años serán de privaciones.
Hasta aquí la reflexión del afamado escritor guanajuatense.
En fin, como escribieron en Versos Finitos el poema Añoranzas:
De esa juventud inmaculada
no sé qué ha quedado,
en la piel va dibujada,
la huella del pasado.
¡Como una mascarada!
Y de aquellos sentimientos,
quedan sueños diluidos,
quedan algunos momentos,
en los recuerdos divididos.
¡Que escaparon a los tiempos!
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