Enigmas del presunto asesino que avivó la llama de la violencia política en Estados Unidos
- Redacción.
- 12 sept
- 8 Min. de lectura

Reconstrucción del camino que llevó a Tyler Robinson de ser un buen estudiante de familia republicana a su detención por matar al líder MAGA Charlie Kirk tras ser delatado su padre. Podría ser condenado a muerte.
Despejado el enigma que tenía en vilo a Estados Unidos, sobre la identidad del presunto asesino del comentarista ultraconservador Charlie Kirk, estrecho aliado de Donald Trump, la búsqueda de respuestas se dirige ahora hacia la familia del sospechoso, Tyler Robinson, un vecino de Utah de 22 años al que delató su padre.
¿Qué motivó a este, un mormón muy activo en su iglesia, a convencer a su hijo de entregarse, a sabiendas de que se expone a la pena de muerte? ¿Cobrará la recompensa de 100.000 dólares ofrecida por el FBI? ¿Cómo urdió el detenido sin levantar sospechas un plan que acabó con un balazo en el cuello de Kirk desde una distancia de unos 180 metros? Y, sobre todo: ¿qué llevó a un muchacho de un hogar amante de las armas y convencidamente trumpista, al decir de la abuela, a acabar matando con un rifle de caza, una pasión heredada, al líder juvenil del movimiento MAGA (Make America Great Again)?
Tal vez por la inverosimilitud del perfil de Robinson (“era uno de los nuestros”, dijo el viernes el gobernador de Utah, el republicano Spencer Cox), pasaron unas 33 horas −que a ratos parecieron 33 días en un país enfrentado a los peores fantasmas de su historia de violencia política− entre el momento del tiro a las 12.23 del miércoles (hora de Utah; ocho más en la España peninsular) y la detención a eso de las 22.00 del jueves de Robinson, tras su entrega en una comisaría del tranquilo pueblo de St. George, al sudoeste del Estado de Utah. All vivía, y sus vecinos lo definieron en los medios estadounidenses tras conocer la noticia del arresto como “reservado” e “inteligente”; un nerd de los cómics y los videojuegos.
Alertados por el sheriff, los agentes del FBI, que habían concentrado sus pesquisas en torno al lugar del crimen la universidad de Utah Valley, cubrieron los 350 kilómetros que separan Orem, la localidad en la que murió Kirk, y el rincón de la frontera de Nevada, un enclave entre majestuosos parques nacionales, en el que les esperaba “pacíficamente” el hombre al que habían estado buscando desesperadamente. Y lo hicieron por las mismas carreteras por las que condujo el miércoles Robinson en su viaje de ida y vuelta a bordo de un poco discreto Dodge Challenger gris rumbo a los anales de la violencia armada de Estados Unidos.
Tres horas antes, las autoridades habían desvelado en una conferencia de prensa, para cuyo comienzo tocó esperar a la llegada desde Washington del polémico director del FBI, Kash Patel, las dos fotos y el video en los que el padre del sospechoso reconoció a su hijo.
En ese momento comenzó una sucesión de hechos en la que aún hay unos cuantos puntos ciegos. El padre trató de convencer al muchacho de que se entregara. Este le dijo que antes de eso, prefería suicidarse. Un joven religioso amigo de la familia habló con él y logró persuadirlo. Y entonces, entró en escena un agente con conexiones en la investigación, que fue el que avisó a las autoridades.
En el video que finalmente condujo a su captura se ve a Tyler Robinson caminar a paso ligero por la azotea desde la que apuntó su viejo rifle Mauser del calibre .30-06, descolgarse de un edificio chato y perderse en una zona boscosa donde los agentes encontraron después el arma. Robinson la dejó allí, envuelta en una toalla, junto a la munición en la que había inscrito los mensajes, aparentemente sacados del mundo de los videojuegos, que en la investigación cuentan como pruebas de que, según declaró Cox en la CNN el viernes por la noche, el joven había atravesado por “un proceso de radicalización”. Uno de ellos decía: “¡Oye, fascista! ¡ATRAPA [la bala]!” Otro citaba versos de Bella Ciao, himno de los partisanos italianos contra Mussolini.
Lo cierto es que el joven, que, como tantos de su generación, casi vivía en internet, no dejó (o, al menos, no emergió en las primeras horas la prueba de que dejara) el clásico reguero de pistas que suelen aflorar tras un episodio de violencia armada en Estados Unidos. Era un buen estudiante. Estaba registrado como votante, pero sin afiliación partidista y todo indica que no participó en las últimas presidenciales, su primera oportunidad tras alcanzar la mayoría de edad.
Sí hay fotos que demuestran la pasión familiar por las armas, o un video en el que se le ve celebrar la concesión de una beca de 32.000 dólares para matricularse en la universidad estatal de Utah, que abandonó tras cursar estudios de ingeniería durante un semestre en 2021. En la actualidad, se encontraba en el tercer año de algo así como una formación profesional como técnico electricista.
El incompleto puzzle que sale de juntar todas esas piezas ofrece una imagen borrosa que, a falta de completarse, no se corresponde con aquella con la que la extrema derecha estadounidense ha venido elucubrando en los últimos días. No es una persona trans, como difundieron varios bulos. Tampoco parece ser un activista de la “izquierda radical” a la que Trump ha prometido hacer responsable de la muerte de su fiel aliado. Ni hay indicios de que ese proceso de “politización” del que habló Cox se produjera mientras estudiaba en la universidad, como rápidamente corrieron a concluir en el mundo MAGA, siempre dispuesto a ver las instituciones de educación superior como lugares de adoctrinamiento marxista.
En su huida, Robinson también dejó huellas de sus zapatillas Converse; con sus inconfundibles formas geométricas, sirvieron a los agentes para atar cabos. En todas las imágenes que las autoridades difundieron durante esas 33 horas −lo hicieron en dos tandas, por la mañana y por la tarde del jueves−, se adivina claramente ese calzado, como parte de un atuendo que incluía unos tejanos, gafas de sol una gorra con un triángulo blanco y una camiseta negra de manga larga con una bandera de Estados Unidos y una patriótica águila calva.
La huida y detención del presunto asesino de Charlie Kirk
Robinson se vistió así después de llegar al campus a las 8.29 del miércoles, unas cuatro horas antes de disparar a Kirk, según las grabaciones de las cámaras de seguridad. Cuando hubo cumplido con su misión se cambió de ropa para ponerse unos unos pantalones cortos y una camiseta.
En una de las grabaciones, captada por el objetivo de un vecindario residencial, se lo ve caminar hacia la universidad arrastrando la pierna derecha en lo que parece una poco disimulada manera de ocultar el voluminoso rifle. En otra de las imágenes difundidas, Robinson sube las escaleras del edificio desde el que apunto a Kirk sin despertar las sospechas del equipo de seguridad privado del activista, acostumbrado a recibir amenazas de muerte, o de ninguna de las tres mil personas que asistieron al acto.
Robinson apretó el gatillo precisamente después de que Kirk respondiera una pregunta sobre la epidemia de los tiroteos masivos en Estados Unidos. El orador se desplomó sobre sí mismo, y la sangre empezó a manar de su cuello a borbotones. El video, repetido algo así como un billón de veces desde entonces, ya estaba corriendo por las redes sociales cuando los primeros agentes del FBI llegaron 16 minutos después, según cálculos de Patel.
No fue la mejor tarde de la agencia federal. Su director dijo a las pocas horas del asesinato en X que ya habían dado con el culpable. Al rato, tuvo que desdecirse. Patel es un podcaster MAGA con nula experiencia en los servicios de inteligencia y durante esta crisis, la primera de gran envergadura desde que Trump lo nombró por sorpresa, ha actuado con una mezcla de ansiedad y bisoñez, según testimonios internos recogidos por The New York Times, para lograr resolver cuanto antes el asesinato de uno de los referentes del universo extremista y conspiranoico del que ambos provienen y que además Patel definió el jueves como un “amigo”.
Con ese traspiés empezó una operación de busca y captura que, dijeron al día siguiente a las 7:30 las autoridades, se centró al principio en ir “puerta a puerta” con la sospecha de que el culpable no podía andar muy lejos. Para entonces, Robinson ya estaba de vuelta en casa. El FBI también decidió no difundir imágenes del sospechoso, aunque sus responsables cambiaron de idea en unas pocas horas y soltaron algo de material gráfico con la esperanza de obtener colaboración ciudadana.
Mientras los agentes recopilaban las pistas (unas 11.000 en total, según dijo Patel), el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, también amigo personal de Kirk, viajó con su esposa, la segunda dama Usha Vance, a Salt Lake City para ofrecer a Erika Kirk, viuda del activista ultraconservador y madre de sus dos hijos, las condolencias de la Casa Blanca. También, para bríscale su avión oficial, el Air Force 2, para el traslado del féretro a Scottsdale, ciudad de la gran conurbación de Phoenix, en Arizona, donde vivía Kirk, que creció a las afueras de Chicago.
No solo eso: Vance ayudó en el traslado del cadáver por la pista de despegue hasta la aeronave. Esa misma noche, Trump dijo que pensaba asistir al funeral de su aliado, que fue clave, con su discurso nacionalista, anti-woke, xenófobo y ultracatólico en la movilización del voto joven en la elección que llevó al republicano de vuelta al poder el pasado noviembre. Además, le concederá la Medalla Presidencial de la Libertad, una de las mayores distinciones civiles de Estados Unidos.
Tras su arresto, los agentes de la veintena de cuerpos locales, estatales y federales que participaron en la búsqueda, interrogaron a decenas de personas relacionadas con Robinson. Un compañero de piso les contó cómo su amigo le había mostrado un mensajes posteriores al tiroteo en los que Robinson hablaba, entre otras cosas, de abandonar el arma en alguna parte y cambiarse de indumentaria.
Un familiar, siempre según las autoridades, describió, por su parte, una conversación con el joven, en la que este expresaba su disgusto ante la próxima visita de Kirk a Utah. Consideraba, añadió, que el discurso del activista MAGA estaba “lleno de odio” y que hacía todo lo posible por “esparcirlo”.
Mientras esas investigaciones seguían su curso, Robinson aguardaba a su traslado en la comisaría de la tranquila localidad en la que vivía, que al día siguiente tomarían los reporteros llegados de todos los rincones de Estados Unidos. En torno a las dos de la madrugada del viernes, se lo llevaron a la cárcel del condado de Utah, en la ciudad de Spanish Fork, donde espera su suerte sin posibilidad de fianza.
Las autoridades estatales y federales se disputan ahora saber cuál de las dos será la encargada de procesarlo. Sea una u otra, parece claro que Robinson tiene muchas papeletas para enfrentarse a un juicio en el que el fiscal pida la pena de muerte, que es legal en Utah, y se ha aplicado en ocho ocasiones desde su reintroducción en 1973. La última fue en agosto de 2024, cuando las autoridades del Estado ejecutaron a Taberon Honie, condenado por el asesinato y violación de una exnovia. Era el primer reo ajusticiado en Utah en 14 años.
La siguiente cita de Robinson con la justicia está fijada para el próximo martes, cuando está previsto que el fiscal del Condado de Utah, Jeff Gray, presente os cargos de los que se le acusa. Ese día, el sospechoso también tiene su primera cita ante el juez, que será virtual.
Es probable que algunas de las incógnitas que rodean a él y, sobre todo, a sus motivaciones, hayan quedado, para entonces, despejadas. Entre ellas, también la de cómo lograron convencer en su entorno familiar para entregarse a unas autoridades que harán todo lo posible por matarlo.
**Con Información de El País






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