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Redacción.

Noticias al fragor de la Batalla del 5 de Mayo


Hace 161 años, el 5 de mayo de 1862, después de tres asaltos consecutivos de las tropas francesas a la ciudad de Puebla, asentamiento de las fuerzas republicanas de Benito Juárez, el ejército mexicano, comandado por el general Ignacio Zaragoza, derrotó totalmente a los invasores. Cuando se supo la noticia, causó conmoción en Europa y el mundo entero porque no era la primera vez que se enfrentaban.


Apenas conquistada la Independencia nacional, además de las luchas internas por establecer un gobierno, se habían sumado dificultades con varias potencias extranjeras. El primer conflicto con Francia, conocido como la Guerra de los Pasteles –que no tuvo nada de dulce y cremosa— había sido en 1838. Para 1861 tuvo lugar un nuevo enfrentamiento pues el recién establecido gobierno liberal de Benito Juárez, triunfante en la guerra de Reforma, se encontró con un país destrozado y con graves problemas hacendarios. Todo ello le llevó a suspender los pagos de la deuda que había adquirido con Inglaterra, Francia y España y que ya para 1862 había crecido de manera sustancial. La deuda con Inglaterra era de más de 64 mil pesos, la española de casi diez mil y la francesa ascendía a 190 mil a los cuales había que sumar cerca de 4 millones en diversos adeudos contraídos por México con los extranjeros durante la Guerra de Tres Años. (Y entonces, como muy bien puede usted notar, lector querido, la ambición también es principal motivo de las guerras).


Se cuenta que en vísperas de la batalla, el general Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez, comandante en jefe de las tropas francesas, aseguró de que iba a derrotar fácilmente al ejército nacional y dominar al país. Convencido, rebosando de autoconfianza, escribió al ministro de Guerra de Francia, un reporte que finalizaba con la siguiente frase: "Tenemos sobre los mexicanos tal superioridad de raza, organización, disciplina, moralidad y elevación de sentimientos, que os ruego digáis al emperador que a partir de este momento y a la cabeza de seis mil soldados, yo soy el amo de México".


Al amanecer del 5 de mayo, Zaragoza, sabiendo que su ejército estaba en desventaja, tanto en disciplina como en número y armamento, aprovechó el arrojo de sus hombres y les dijo su primera frase célebre: "Nuestros enemigos son los primeros ciudadanos del mundo, pero vosotros sois los primeros hijos de México y os quieren arrebatar vuestra patria". Dispuso que el general Miguel Negrete dirigiera la defensa por la izquierda; el general Felipe Berriozábal por la derecha y ordenó a Porfirio Díaz que permaneciera junto a él. El combate se inició entre las once de la mañana y las doce del día —casi rayando el alba” ironizaría Jorge Ibargüengoitia— y ya como a las cuatro de la tarde, después de un copioso aguacero, los franceses ya estaban vencidos y se estaban retirando, avergonzados.


Al finalizar la batalla, el reporte de Ignacio Zaragoza al presidente Juárez decía lo siguiente: "El ejército francés se ha batido con mucha bizarría y su general en jefe se ha portado con torpeza en el ataque. Las armas nacionales se han cubierto de gloria; puedo afirmar con orgullo, que ni un solo momento volvió la espalda al enemigo el ejército mexicano, durante la larga lucha que sostuvo."


Cuenta Miguel Galindo y Galindo en su libro ”La gran década nacional 1857-1867” la pronta celebración de los poblanos (antes de las seis de la tarde) ante tan grandiosa victoria: “los repiques a vuelo en los principales templos, los vítores que recorrían las calles atronando el espacio con las explosiones del entusiasmo más puro, y los alegres toques marciales de las músicas [sic] y las dianas, anunciaban a la ciudad alborozada. Personas de todas clases y condiciones salían a las calles a participar del regocijo público y llenaban con su presencia la Plaza de Armas, rebozando entusiasmo y júbilo, donde los vencedores recibían plácemes, aplausos y felicitaciones: grupos de tropa, provenientes del teatro del combate, conducían prisioneros a varios zuavos y a varios cazadores de Vincennes, en medio de la multitud, que ebria de gozo, se agolpaba a verlos pasar, prorrumpiendo en frenéticos vivas a la patria, a Zaragoza, al Ejército de Oriente, a Juárez y a la heroica Puebla”.


Se sabe que, al día siguiente, Zaragoza dirigió de manera presencial —en vivo y en directo—, una entusiasta proclama que gritó así: “Compañeros de armas, Venís a complementar las glorias adquiridas el día 5 de mayo sobre las huestes francesas que, amilanadas y abatidas, tenéis al frete fortificándose. Muy pronto, mis amigos, daremos otro día de gloria a la patria; y las armas del grande Guanajuato, puestas en vuestras manos, brillarán orgullosas, combatiendo por la Independencia, como lo hicieron por la Libertad y la Reforma.”


Ese día jamás llegó. Zaragoza se trasladó rápidamente a la ciudad de México y volvió luego a Puebla, donde murió repentinamente – 4 meses después— de una fiebre tifoidea a los treinta y tres años de edad. Las noticias –un par de días después— dijeron que el presidente Juárez había dispuesto que la ciudad de Puebla pasaría a llamarse Puebla de Zaragoza en su honor.



**Con información de EL ECONOMISTA

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